To This We’ve Come

“Have you ever seen the Consul?

Does he speak, does he breathe? Have you spoken to him?”

Magda Sorel in The Consul, by Menotti

In the harrowing aria “To This We’ve Come”, Magda, the protagonist of Menotti’s The Consul, protests the dehumanizing effects of bureaucracy.

We can certainly understand Magda. Who has not dealt with the red tape of the medical establishment, or with insurance bureaucracy, or with this or the other agency or service? Yesterday I went into a Verizon store to ask for an explanation for bogus charges. I waited for hours as a kind store representative spoke on my behalf to another representative that for all practical purposes could have been an android placed in New York, India, or in another galaxy.

Everywhere I turn, I end up asking myself if I am not perhaps living in a parallel world- having been switched during the night by a malignant force. Yes, no one is exempt from the quickmire of “customer service”, an endless roundabout of “advocates”, extensions, transfers, and being put on hold at every turn. This we’ve become: clueless slaves to the corporations of this information age- to whom we have turned in the keys to all aspects of our lives and then some- through no fault of our or own. Luckily, the planets, stars, and galaxies have no need for any kind of customer service and keep moving right along- to our benefit.

In government, lip service is often paid to words such a “service” and empty phrases such as” “being open to communication” “being there (where-may I ask?)- for our constituents” and all manner of silly platitudes. But let us not be fooled- important government officials surround themselves with aides and gatekeepers that effectively impede communication. They suddenly turn up in golden chariots, surrounded by zealous aides, give a rousing speech, throw a few breadcrumbs here and there, have their picture taken in charity balls- not forgetting a few selfies with attendees, to then disappear, content that that is all that there is to it.

Recently, I have had several awakening experiences when attempting to contact government figures on behalf of myself, this organization or another. And I could not help thinking of Magda, who, incidentally, never got to see the Consul.

In a recent attempt, a member of the staff of a politician agreed to speak with me. She promised a lot and delivered nothing. Another time, after having left several messages on the contact phone number listed on the website for another important personage, a member of the staff whom we had to contact another way told us verbatim “I do not know that phone number”, as if we had just happened to conjure it out of thin air.

Surprisingly, a proposal for an important project that expressly aligns with the expressed priorities of a particular region and benefits a vulnerable population in great need, was summarily dismissed by an important politician -who most likely did not bother to read it- because, as was later relied,  it did not align with “their priorities”. (This same public figure had proposed preposterous legislation that went against any priorities).

In another case still, I wrote a letter to an important political official asking to address a situation affecting numerous organizations, only to find out that the contents of my letter were perfunctorily extracted and put into a form. The form was then cycled back to the same department that had opted to be silent instead of offering clarity on the situation- the very reason that had prompted me to write the letter in the first place! Talk about direct communication channels with government figures….

And yes, to this we’ve come: to reduction. To reduce human experience, suffering and serious concerns to forms and surveys, to trivialize maladies and psychic suffering to classifications expressed in numbers, to reduce feelings and emotions to emoticons, and finally to reduce persons to numbers, to trends, to nothing. 

And I am then reduced to asking with Magda:

“Have you ever seen the Consul?Does he speak, does he breathe? Have you spoken to him?” …..

A esto hemos llegado

. “¿Acaso has visto al Cónsul alguna vez?

¿Habla, respira? ¿Has hablado con él?”

Magda Sorel en El Cónsul, de Menotti

En la desgarradora aria "A esto hemos llegado", Magda, la protagonista de la ‘opera El Cónsul de Menotti, protesta contra los efectos deshumanizantes de la burocracia. Ciertamente podemos entender a Magda. ¿Quién no ha lidiado con la burocracia del aparato médico, con la burocracia de los seguros, o con esta u otra agencia o servicio? Ayerme decidí a ir a una tienda de Verizon para pedir una explicación por cargos falsos. Esperé durante horas mientras un amable representante de la tienda hablaba en mi nombre con otro representante que, podría haber sido un androide colocado en Nueva York, la India, o en otra galaxia.

A cada paso termino preguntándome si no estoy viviendo quizás en un mundo paralelo, al que he sido trasladado durante la noche por una fuerza maligna. Sí, nadie está exento de la ciénaga de "servicio al cliente", un interminable círculo  de agentes, extensiones y transferencias que incluyen ser puesto en espera telefónica muchas veces. Esto es lo que hemos llegado a ser: esclavos ignorantes de las corporaciones de esta era de la información, a quienes hemos entregado las llaves de todos los aspectos de nuestras vidas e incluso más allá, y no por nuestra culpa. Afortunadamente, los planetas, estrellas y galaxias no necesitan servicio al cliente y siguen moviéndose, en beneficio nuestro.

En las esferas del poder, a menudo se repiten palabras altisonantes como "servicio" y frases vacías como "estar atentos a la comunicación", "estar presentes (¿dónde, puedo preguntar?) para nuestros constituyentes" y toda clase de tonterías. Pero no nos dejemos engañar: los importantes funcionarios del gobierno se rodean de asistentes y cancerberos que impiden la comunicación. Estos soberbios personajes aparecen repentinamente en carros dorados, rodeados de celosos ayudantes. Luego de un discurso conmovedor, lanzan algunas migajas aquí y allá, aparecen por la noche en eventos benéficos, de donde, después de estrechar algunas manos y tomarse selfies con invitados clave, son llevados por su solícito personal, supuestamente a una reunión tardía. El político luego se retira a sus aposentos, quizás con una bebida en la mano, para así coronar otro día de logros monumentales, convencido de haber cumplido con el deber.

Recientemente, he tenido varias experiencias reveladoras al intentar ponerme en contacto con figuras del gobierno en nombre mío, o de algunas organizaciones. En una caso reciente, después de haber dejado varios mensajes en el número de contacto listado en el sitio web de una persona importante, un miembro del personal que contactamos después declaró textualmente: "No conozco ese número de teléfono", como si lo hubiéramos creado de la nada.

En otro caso, un proyecto importante que se alinea expresamente con las prioridades expresadas de una región particular y beneficia a una población vulnerable en gran necesidad fue rechazado sumariamente por un político importante, que probablemente no se molestó en leerlo, porque, como se informó, no se alineaba con "sus prioridades". (Esta misma persona había propuesto una legislación absurda que iba en contra de cualquier prioridad).

Un miembro del personal de otro político, a su vez, prometió mucho y luego no hizo nada.

En otro caso aún, después de escribir una carta a otro importante funcionario político pidiendo abordar una situación que afecta a numerosas organizaciones, descubrí que el contenido de mi carta había sido extraído de manera burocrática y vertido en un formulario. El formulario terminó siendo recirculado de nuevo al mismo departamento que había optado por permanecer en silencio en lugar de ofrecer una respuesta clara sobre la situación, ¡la misma razón que me llevó a escribir la carta sobre el problema en primer lugar! Tales son los canales de comunicación directos con las figuras del gobierno...

Y sí, a esto hemos llegado: a la reducción. Reducir la experiencia humana, el sufrimiento y las preocupaciones serias a formularios y encuestas, trivializar enfermedades y el sufrimiento psíquico a clasificaciones expresadas en números, reducir los sentimientos y las emociones a emoticones y, finalmente, reducir a las personas a números, a tendencias, a la nada.

Y entonces me veo reducido a preguntar con Magda:

“¿Alguna vez has visto al Cónsul?

¿Habla, respira? ¿Has hablado con él?” ...